Capítulo 9

EL MILAGRO


Diz que el coronel Zalazar taba tan contento por el acontecimiento que ni siquiera le pidió a Gauna la cabeza del Gauchito pa’ corroborar, ¿vio?, que lo que endecían los muchachos fuera cierto y ahí nomás, ahí, de pura algarabía del poder castrense local, les dio un franco pa’ todos que durara tres días, “Dejen, no se haigan problemas que yo mismo voy a ir a hablar con el Juez de Paz de Goya, ustedes descansen che, y vean a la familia, que se lo tienen mucho más que merecido…”
Ahí jue cuando al Sargento Gauna las rodillas le temblaron, ¡bah!, le venían temblando desde hacía rato…por todo…por nada… pero ahora le temblaron un poco más porque sabía que la inminencia de su momento había llegado…
No paraba de pensar en lo que Antonio le había dicho, que él había visto y sabía que su hijo el más chico, el más gurí, el Anselmito, se estaba dendemuriendo, él que era tan sanito, que nunca había tenido ningún problema, los otros, los guríes más grandes habían sabido ser más débiles, menos tolerantes, más enfermizos a todo, al clima, a las pestes, a los bichos…
López, Gutiérrez y Asuna ya se iban…
Demasiado débiles, demasiado flacos, demasiados asustados estaban como pa’ ir a pedirles algo…
Los pingos habían aparecido, como por arte de magia, por detrás de una arboleda que estaba a la entrada del pueblo, pastando tranquilos, calmados, como si nunca en la vida hubieran visto nada extraño, como si nunca en la vida los espantara un ángel gigante ni hubieran visto vivito y coleando a un fusilado a menos de dos metros…
“-Vayan tranquilos nomás… Saludos a la familia…Eso es lo más importante… A la vuelta hablamos de qué es lo que pasó acá… Descansen, che, que es lo que más les hace falta…”
“-Gracias sargento, no nos olvidaremos de esto…”- contestó Asuna, ya rumbiando pa’ las casas, seguido de los otros dos, cada uno agarrando pa’ rumbos diferentes en las monturas de sus respectivos caballos…
Cristino Gauna, montado ya en su pingo de siempre, enfiló pa’ la suya, con el alma acongojada y estremecida en un mal presentimiento que no era tal, era más que nada una certeza, y arriando a la bestia que enfiló decidida pa’ allá, sintió ese escozor dulce en el medio del corazón que sólo le agarraba en las peores ocasiones…
Sus dedos temblorosos acariciaban al Santito, asegurado en el bolsillo de su pantalón, al que hubiera jurado que todavía le salía sangre… La cabeza de Antonio, embolsada y atada a la grupa del caballo por sobre la montura tampoco paró en ningún momento, desde que se la habían cortado, de largar litros y más litros de una sangre espesa y roja, tan roja como la faja, el pañuelo y la vincha que él llevaba en ese momento, cuando lo hubieron degollado… Ni una mosca atinaba a asomarse rumbiando por sobre la cabeza, che, parecía como si ellas también supieran que esa cabeza era la del Gauchito Gil y que a esa sí que no podían ni debían joderla… Sino ya pa’ esa altura la maroma de moscas, encima de la cantidad de sangre que manaba de la cabeza de Antonio, debiera de haber sido total y completamente insoportable…
Cristo y Dios se le pasaban por la cabeza; el alma y el mundo…
Tardó en llegar; su casa era la más alejada del pueblo, a varios kilómetros, la que estaba ya saliendo si uno dentraba por donde ellos dentraron cuando regresaron de matar al Gauchito, a él le habían dado unos terrenitos por ahí, ¿vio?, porque diz que era la zona más barata, la más inundable, y entonces, con mucho esfuerzo y algo de dinero había podido hacerse, con su china, como quien dice, algo parecido a un rancho…
Cuando iba endellegando sintió los gritos de la María, su mujer, que se escuchaban desde varios metros de distancia, un amigo y el cuñado estaban en la casa, el médico ya había ido y había dicho que ya no se podía hacer más náa, que la muerte del Anselmito era inminente, y, que, en todo caso, si ellos tenían la buena fe y la voluntad, tan sólo les quedaba rezar…
La mujer lo zamarreó diciendo:”-¡Siempre estás lejos, carajo, cuando uno te necesita! ¡Ese ejército de mierda, esta vida de mierda que llevamos ¿ pa’ qué nos sirve, si un hijo se nos está muriendo y vos estás de partida llevando la muerte a un gaucho inocente??!! ¡¡¡Este es un castigo de Dios!!! ¿Qué hacemos ahora? Ya lo vio ña Pancha y le dio las yerbas; le prendí velas a los santos y hasta el párroco lo vino a ver y sigue cada vez pior… tá cada vez más desmejoráu… ¡¡¡Se nos va a morir, Cristino; hacé algo, carajo!!!...”
Dicho esto Gauna, que ya no sabía qué hacer ni cómo lograr su consuelo, se acercó adonde taba el gurí, el Anselmito, pálido y enfermo, cualquiera que lo viera ya diría que se había endemuerto, le sintió apenas un hilo de aire de su débil respiración desfalleciente y entonces, poniéndole la mano en la frente ya helada y por sobre la cabeza mojada del sudor de la fiebre de tres días seguidos, encomendó su alma y la de su hijo, la de ese hijo que se le estaba muriendo feo, al Gauchito, pa’ que él hiciera lo que pudiera, ¿vio?, como siempre hacía, pa’ que él decidiera si podía o no seguir viviendo, si podía o no, seguirla peliando, como quien dice… Mirando al Anselmito, a la criatura que en la débil luz de sus ojos cualquiera podía ver que ya se nos iba, el sargento Cristino Gauna rezó: “-Antonio Gil, te pido por la vida de este hijo que se me está endemuriendo y te juro que si eres capaz de concederme esta gracia jamás en mi vida haré daño a cristiano alguno y en prueba de ello y por la vida de este hijo y por el alma de él juro que haré una cruz con mis propias manos y la llevaré al hombro caminando hasta tu propia sepultura…” Dicho lo cual, el sargento salió al galope tendido hacia donde había quedado el cadáver de Antonio, hacia donde había sido el lugar del homicidio…
Desesperado y llorando y todavía acariciando entre sus dedos al Santito que en el apuro y la desesperación se había olvidado de llevar a la madre de Antonio, a ña Encarna y jurando que luego luego era lo primero que iba a hacer, llegó Gauna como pudo al lugar del homicidio y allí, abajo del algarrobo en donde todavía colgaba el cuerpo decapitado del Gauchito, llorando como nunca en toda la vida él había llorado, porque él era un macho bien macho, ¿vio?, no se vaya a creer que era un débil de esos que arrugan por nada, bajó de la grupa del caballo la bolsa con la cabeza de Antonio que todavía manaba sangre incesantemente y llorando y mezclando sus lágrimas con la sangre del Gaucho fresca aún, la de la cabeza y la del cuerpo decapitado que acababa de descolgar del árbol y que estaban, ambos, completamente rojos de tanta sangre que había brotado con el degüello, empezó a cavar con una desesperación que nunca había conocido, en el mismo lugar en donde cayó el cadáver del Gauchito muerto al descolgarlo, un pozo, un pozo que hizo como pudo, con paciencia y tesón, entre cada quejido y cada lágrima de su propio llanto, con su facón y con sus manos, lo mejor que pudo lo hizo; y metió a Antonio en él, ya media seca su sangre ya barrosa y mezclada con las lágrimas de Gauna y la tierra de Ika, la parte del cuerpo decapitado y la cabeza, todo junto, lo acomodó lo mejor que pudo, vea, vea y anote porque esto es muy importante, le dejó la cabeza puesta que parecía como si no se la hubieran cortado nunca parecía, parecía como si estuviera todo entero, por respeto, ¿vio?, porque naides se burla de los muertos, mucho menos del Gauchito, y ¿cómo lo iban a enterrar a él que era el sanador del pueblo totalmente decapitado, ¿eh?, ¿cómo carajos, se cree, don? Si la cabeza de Antonio al Juez de Paz de Goya ya no le servía ni le serviría pa’ náa… Su facón, el de todita la vida, vea, el mesmo que hubiera sido de su señor padre, el mesmo que usó de gurí, po, ése se lo puso en la faja, cruzado y bien agarrado, pa’ que se vaya con él, ¿vio?, pa’ que se fueran endejuntos, porque el facón había sido su fiel compañero, po, el más compañero de todos, el más amigo, el que lo había sabido proteger y cuidar siempre, como era su pai cuando taba vivo, ¿vio?... Todos sabían que él era al que habían degollado llevándolo al juicio, como pasó antes con tantos otros inocentes, pero todos sabían que esta muerte era de Antonio, de Antonio Mamerto Gil Núñez, alias “el Gauchito”, ansina que lo acomodó lo mejor que pudo, mientras lloraba y lloraba, y, vea, mientras seguía endellorando lo empezó a enterrar, llenando el hueco con puñados de tierra que juntaba con sus propias manos, mezclados con sus propias lágrimas, y así pasó toda la noche don Gauna, tratando de dar cristiana sepultura a un inocente mal ajusticiado, hasta que empezó a clarear en el fondo del horizonte, un amanecer ralito y despacioso diz que era, lento, de esos que hay por Corrientes, un amanecer quedito quedito, que parecía eterno, que parecía no terminar de iluminarse nunca…
Era día ya cuando Gauna paró de llorar y con ello, dejó de apisonar los últimos puñados de tierra con las patas, pa’ que la sepultura quede más prolija, ¿vio?, y entonces sintió esa calma pura en el fondo del alma que sólo le daba cuando él sabía que había hecho todo lo posible pa’ que las cosas se den y que si no se daban, ¡buéh!, tal vez fuera un designio de Dios, tal vez de Mandinga, pero bueno, él por su parte y de su parte, había hecho todo lo posible pa’ que lo que tenía que ser juera…
Entonces jue, que, después de emprolijar lo más que pudo la digna sepultura que le hizo al Gauchito y dejando encima de ella unas flores silvestres que acomodó como mejor pudo, se montó Gauna en su pingo, y, despacio, despacito, fue rumbiando pa’ las casas, a ver qué había pasado con el hijo, con el hijo que se moría, con el hijo que se le moría ya, pero se jue, vea, con la conciencia bien tranquila, porque él sabía que había hecho todo lo que había podido…
Y así jue que cuando llegó al rancho, la María lo salió a recibir alborozada, y entonces, de adentro, salió también el Anselmito, con una sonrisa hecha una luz de bonita, vea, che, y con la expresión y el color ya repuestos del gurí que era y que había sido siempre, del gurí más sanito del todo Pay Ubre, vea, del gurí más bonito y más fuerte de todos los gurises de Ika…
Y abrazando a ambos, a su china y a su hijo, abrazándolos muy fuerte y llorando los tres, Gauna tomó un par de decisiones que habrían de cambiarle la vida de perros y de mierda que hasta entonces, más por necesidá que por voluntá venía llevando desde siempre, desde que tuviera memoria…
Se tomó unos cimarrones con la familia y subió, otra vez, al pingo, rumbiando pa’l cuartel… Despacito despacito iba, seguro de lo que taba haciendo…
“- Vea Zalazar, yo no formo más parte de este ejército de mierda, si quiere fusilemé, sino dejemé libre pero acá toy yo pa’ renunciar… Yo no existo más pa’ ustedes, ¿vio?, todos tenemos nuestros propios límites y ustedes sobrepasaron los míos desde hace mucho, desde hace rato, yo me voy de acá y olvídense de mí…”
“-Faltaba más hombre, ¿cómo lo viá hacer fusilar? Usté es milico pero más que náa es un amigo, vayasé pa’ las casas con la familia, dejemé el uniforme y la bayoneta, náa más… El resto yo me encargo, demasiado hizo por el país Gauna, ahora haga lo que le apetezca…¡Suerte!..” – Y estrechando la mano muy juerte del Sargento, lo dejó ir; así, así, así nomás; como si nunca lo hubieran enrolado, como si él no juera un desertor, como si nunca hubiera formado parte del ejército…
Endevolviendo pa’ las casas, Gauna ya tenía terminado de pensar qué le quedaba por hacer…. Pasar por lo de ña Encarna pa’ dejarle el Santito pero eso más bien lo dejaba pa’ lo último, era lo último que quería hacer porque quería tar bien tranquilo pa’ eso… Primero lo primero y lo primero era lo urgente… Llegado al rancho y apeándose empezó a buscar en los alrededores una buena madera pa’ hacer una cruz… Encuentra un ñandubay de buena madera y con mucha paciencia y algunas herramientas, a fuerza de un facón y un hacha bien afilados, logra hacerle una buena cruz, de una buena madera, como era Antonio, che, como lo había sido toda su vida, ¡qué joder!, una Cruz de madera de ñandubay que es la que todos conocieron después y se conoce como la Cruz de Gil o Curuzú Gil, esa cruz que tiene tres brazos transversales y el del centro más largo equidistando de los otros dos, esa cruz que quedó en la tumba del Gauchito y a la que Gauna llevó sobre sus propios hombros, caminando, caminando los diez kilómetros que lo separaban de la tumba del Gauchito, acompañado por su mujer y su hijo que en agredecimiento y veneración por el milagro fueron con él a rezarle y a adorarlo y a ayudarlo a colocar la cruz lo mejor que se pudiera y a hacer de su tumba un pequeño mausoleo adonde el Santo de los Pobres pudiera ser venerado sin molestar a naides…
Luego, luego, ya endevolviendo, pasaron, también los tres y caminando, por la casa de ña Encarna en la estancia, y ahí le dejaron la imagen del Santito, el Santito ese que hubiera salvado la vida de Antonio siempre, el Santito ese que muchas veces le había salvado el goyete, el Santito ese que lo había cuidado del malmorir y lo había encomendado a Dios para que su muerte fuera una buena muerte y una muerte justa…
Ña Encarna entendió al verlo nomás, con ese entendimiento que tan sólo tienen las madres al mirar a los ojos a los que portan malas nuevas sobre sus propios hijos, entendió con sólo mirarlo y cuando Gauna le dejó el Santito se quebró en llanto…
“ – Diz que tiene su bendición en El y por El por lo que le queda de vida, ña Encarna… yo hice todo lo que pude, se lo juro…” –dijo el Sargento- “lo enterré lo mejor que pude bajo el algarrobo en donde murió, le hice la sepultura lo más cristiana que pude y la cruz la hice yo, no lo muevan de ahí, ahí era donde él quería estar pa’ que lo adoren y lo veneren todos los que quieran y puedan, es un lugar de paso en las ajueras, dejeló enterrado ahí, se lo suplico…”
“- Sí Gauna, vaya tranquilo, yo sé que usté es un buen hombre y esto no jue su deseo, fue cosa del Sargento Ayala nomás, el taimado jueputa se tenía que salir con la suya… Hoy voy a rezarle y a llevarle unas flores a mi hijo y corro la voz por el pueblo de que sus restos descansan ahí y que todo aquel que lo quiera ir a venerar deberá ir pa’ ahí…. Vaya tranquilo y descanse nomás, que acá esto nos pasó a todos, no sólo a usté y a mí, esto le pasó al pueblo entero, a toda la paisanada junta, naides es responsable… Son las órdenes de los superiores, ¿vio?, los que diz que hacen la Justicia y los que diz que la administran, esos son, no nosotros, nosotros no tenemos náa que ver en esto…”

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